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Ver ubicación en Google MapsJackeline Velarde Castillo
Coordinadora de Diversidad y Ciudadanía de la DARS
El miércoles 21 de marzo se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Ese día se conmemoró que en 1960, en Sudáfrica, la policía mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra la “Ley de Pases” de un sistema político basado en la segregación —apartheid— de la población por motivos raciales o étnicos. Desde esa década, muchos países han ido suprimiendo leyes y prácticas racistas. Sin embargo, en un país como el Perú, la batalla aún es larga y compleja.
La discriminación étnico-racial o racismo significa tratar de manera diferente, excluyente y/o restrictiva a individuos basándose tanto en sus orígenes étnico-culturales (hábitos, costumbres, indumentaria, símbolos, formas de vida, sentido de pertenencia, lengua y creencias), como en sus características físicas o fenotipo. El objetivo de este tipo de discriminación es invalidar o dañar el ejercicio de los derechos y libertades de cada persona (Perona, 2017).
Entonces, siendo el Perú un país multicultural y plurilingüe, se evidencia el racismo y el clasismo como dolorosos fenómenos normalizados que nadie señala. En una encuesta del MINJUS (2013), el 81% de personas estuvo de acuerdo con que la discriminación étnico-racial ocurre todo el tiempo en nuestro país y nadie hace nada. No son pocos los casos mediáticos de exclusión y violación de derechos por causa del racismo y el clasismo; sin embargo, estos se manifiestan como hechos aislados que pasan desapercibidos o que todos notan, pero sobre los que muy poca gente se atreve a hablar en círculos más privados.
La universidad, como institución social, no es ajena a estas problemáticas. Por ello, resulta importante ver cómo éstas se replican en nuestra comunidad universitaria: bromas y comentarios que normalizan la discriminación en la conversación cotidiana, en el grupo de Whatsapp, en el aula, en los pasillos, en las rotondas, en el tontódromo y en los jardines. Ello implica, como primer paso, identificar aquellas prácticas, tanto dentro de nuestra comunidad como en nosotros/as mismos/as.
Desde la DARS, apostamos por el reconocimiento positivo de la diversidad, lo que significa —más allá de lo discursivo— empezar a mirarnos realmente desde la compleja construcción de nuestra identidad. En particular, es necesario partir del autoreconocimiento de las raíces y construcciones culturales propias para así poder mirar, en el mismo nivel, las del otro/a. Entender que, a partir de este reconocimiento y valoración positiva, podemos aprender mucho del otro/a diferente y que en esa diferencia está nuestra mayor riqueza.
Apostamos por estudiantes, docentes y trabajadores que no se discriminen entre sí, ni en lo discursivo ni en lo cotidiano; que cuestionen prácticas y discursos racistas y clasistas; que reflexionen al respecto en todos los espacios de convivencia; en suma, apostamos por un campus en el que todos y todas reconozcamos nuestra identidad y respetemos nuestra diversidad.