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Ver ubicación en Google MapsAyer los limeños hemos asistido a una tragedia que partió de algo que no es tan grande ni impresionante: se volcó un ómnibus lleno de pasajeros que paseaba turistas en el Cerro San Cristóbal. Se juntaron una buena cantidad faltas que parten del incumplimiento de cosas pequeñas que se debían de cumplir: el ómnibus bajaba a una velocidad prohibida en un lugar tan empinado y angosto, el chasis no era original sino armado, iban más pasajeros que los que soportaba el vehículo, el ómnibus tenía una cantidad de papeletas que no había pagado, el chofer no era un experto en el manejo de ese tipo de vehículos, se había falsificado un papel que se había pegado en una de las ventanas autorizando la travesía del servicio. Resultado: nueve muertos y 35 heridos.
Esto le puede suceder a cualquiera de nosotros. Nos sentimos con una facilidad muy grande para sentirnos exonerados de cumplir lo que está mandado para todos. Nos sentimos especiales con criterios más amplios que los de los que hicieron las normas. Por lo tanto podemos dejarlas “para después”. Y ese “después” llegó y nos encontró en falta, y la falta produjo nueve muertes, 35 heridos y mil problemas en las familias de cada uno de los accidentados y una multitud de problemas para las autoridades que permitieron el paseo.
Es verdad que son muchas las personas involucradas en un asunto como este, pero el conjunto es espantoso. Las fallas no son muy grandes pero el resultado es inmenso. ¿Qué hubiese pasado si una persona de la cadena hubiera dicho que no? Simplemente la cosa no habría ocurrido.
Así pasan las cosas, por una deficiencia pequeña suceden cosas que no nos imaginábamos. ¡Qué importante es no sentirnos exonerados de los que nadie nos ha exonerado!