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Ver ubicación en Google MapsElizabeth Vallejo
Socióloga
Docente PUCP
Participante de #NiUnaMenos Perú
Miles de mujeres, en diversas partes del país, se están organizando. En los barrios se están realizando actividades culturales y recreativas. Las y los artistas están pintando murales en varias ciudades y hay grupos que se reúnen a bordar y pintar carteles. Otras mujeres ofrecen ayuda psicológica y legal en las redes sociales a quienes hayan sufrido violencia. Mujeres que antes no se conocían se están poniendo en contacto y juntándose para actuar. Las empresas y canales de televisión están ofreciendo su apoyo también. Todo esto sucede en el marco de la marcha #NiUnaMenos que se realizará el 13 de agosto en todo el país.
La convocatoria a la marcha surgió como respuesta a la frustración que muchas sentimos frente a la impunidad en casos de violencia física y sexual hacia las mujeres, y que alcanzó su punto más alto al conocerse que el agresor de Cindy Arlette Contreras, a quien todos vimos arrastrándola de los pelos en una grabación de seguridad de hotel, era dejado en libertad.
La gran cobertura de los medios masivos y las posibilidades de respuesta e interacción que ofrecen diversas plataformas en internet para discutir el tema, hicieron que la indignación se alimentara cada vez más y fuera esparciéndose como pólvora. Pero no solo eso; estas mismas plataformas permitieron la coordinación y organización, y favorecieron que se vaya tejiendo la acción colectiva.
Entre las muchas iniciativas que se han ido suscitando, se creó un grupo cerrado de Facebook con el fin de coordinar la marcha. Lo que sucedió en adelante fue inesperado. Una persona decidió contar un testimonio sobre la violencia que había experimentado y eso generó una reacción en cadena. Una tras otra iban contando historias de violencia sexual o física, de parte de sus padres, hermanos, parejas o desconocidos. Si bien ya es sabido que el Perú es un país con altos índices de violencia contra las mujeres, leer testimonios y no cifras genera un proceso distinto. Los testimonios narran emociones, narran la perspectiva de quien vivió la experiencia. Generan empatía y motivan el apoyo. Las mujeres se reconocían en los testimonios de otras y notaron los lazos que existían entre ellas. Podían vivir en distintas ciudades del país, tener orientaciones políticas y religiosas diferentes; pero todas habían sido tocadas de un modo u otro por la violencia de género.
Gracias a los testimonios de esas mujeres muchas se animaron a contar su historia dándole fuerza a esta gran movilización. El combustible es la ira pero el producto es la solidaridad. Hay rabia, hay fastidio, pero también hay ganas de hacer algo al respecto. Y no solo ganas, sino acciones concretas. Hace tiempo la sociedad peruana reclamaba esto: reconocerse en el otro (en este caso, en las otras), tomar un elemento común, aunque sea un pasado doloroso, y usarlo de punto de partida para construir proyectos conjuntos, como esta gran marcha.