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Voces RSU |De la indignación al compromiso social #NiUnaMenos #13A

Lars Stojnic Chávez
Jefe FIA-DARS y Coordinador del curso de Ciudadanía y Responsabilidad Social de Estudios Generales Letras

El pasado 13 de agosto, miles de peruanas y peruanos salimos a marchar en contra la normalización de cualquier y toda manifestación de violencia contra la mujer que se reproduce en nuestra sociedad cotidianamente. La movilización Ni Una Menos surgió debido al rechazo e indignación de un grupo de mujeres ante la indiferencia de la sociedad y el Estado peruano ante las agresiones sufridas por miles de mujeres a nivel nacional de manera cotidiana y que se evidencia en los fallos del poder judicial en los casos de Cindy Contreras, Lady Guillén y Zuleimy Sánchez.

Esa indignación se convirtió en una avalancha de testimonios desgarradores sobre la violencia que tantas, pero tantas, mujeres sufren en los ámbitos públicos que comparten y transitan, así como en sus relaciones y espacios más íntimos. Y tuvo el efecto de provocar la indignación de muchos y muchas, que como si nos despertáramos de un sueño sin sentido, decidimos expresar nuestra rebeldía en contra de esa cotidianeidad opresora. Esta realidad por mucho tiempo, demasiado, nos fue invisible o hasta probablemente indiferente. Quizá, por la inercia que caracteriza nuestro transitar día a día; o por esa apatía aprendida socialmente que nos retrae a lo particular y nos dificulta conectar con el sufrimiento de quien no reconocemos como cercano; o porque nos resistimos a reconocer la dura realidad de la que quizá somos partícipes y responsables; o talvez porque realmente no supimos de la violencia que nos rodea y que abate a tantas personas valoradas y queridas. O por ninguna o todas las anteriores.

Pero, la valentía de miles de mujeres de compartir públicamente sus experiencias, significó que las justificaciones para la indiferencia o la desafección emocional dejasen de tener sentido y que se desatasen niveles de vergüenza e indignación colectiva suficientes para que decenas de miles tomásemos las calles para gritar a viva voz “Tocan a una, nos tocan a todas”.

Ni Una Menos, como esfuerzo de organización y movilización pública, refuerza la importancia de manifestarse públicamente en la lucha contra aquellas situaciones que limitan las posibilidades de promover una convivencia democrática comprometida con los derechos, libertades, dignidad y ejercicio de poder de la ciudadanía por igual. En primer lugar, porque la manifestación colectiva tiene el potencial de visibilizar y provocar el diálogo y el cuestionamiento social sobre graves y soterradas problemáticas. En segundo lugar, porque despierta el espíritu de rebeldía e incide en el compromiso público, aspectos fundamentales para el ejercicio de nuestra ciudadanía en democracia. En tercer lugar, porque es una forma contundente de expresión colectiva de sentimientos de indignación y posturas de rechazo frente a manifestaciones hegemónicas – tanto de actores e instituciones privadas y públicas – que justifican, validan y reproducen la normalización de diversas formas de injusticia, opresión, exclusión, discriminación y violencia. En cuarto lugar, porque refuerza la convicción de que la apuesta por una convivencia social y política democrática necesita de que asumamos como propios y nos hagamos responsables del dolor y la vivencia de vulneración que padecen otras y otros.

Sin embargo, aunque marchar es una manifestación democrática de cuestionamiento público, no es suficiente para la transformación social y política. La indignación y vergüenza colectiva demostrada necesita traducirse en el compromiso para rebelarnos cotidiana y democráticamente en contra de todas las manifestaciones de violencia hacia las mujeres – por el hecho de ser mujer, por sus diversas identidades y orientaciones sexuales – con las que seguimos conviviendo; en nuestras familias, entornos amicales, instituciones en las que estudiamos y trabajamos, calles que transitamos, el Estado, instituciones que influyen en éste último y nuestras vidas. El compromiso para mantener un estado de alerta e indignación constante en contra de la posibilidad de volvernos nuevamente cómplices – por silencio u omisión – de la normalización y reproducción de esta problemática violenta y discriminadora. El compromiso con nuestra rebeldía ciudadana por asumir como propia la defensa de los derechos, libertades y dignidad de todas.

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