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Reflexiones de Gastón Garatea | Amor de verdad y no falsedades

Desde hace algún tiempo me están dando vueltas por la cabeza las frases del Evangelio de Juan: “Ámense unos a otros”; “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama”.

Para los que somos cristianos de nacimiento son frases que nos resultan conocidas y devaluadas por lo que humanidad ha hecho con ellas. El amor es sólo un besito y el dar la vida por el otro no pasa de ser una frase bonita.

Sin embargo, cuando uno se pone a pensar en lo que quiso decir Jesús se queda sorprendido por todo lo que hay esas frases. La dice una persona que está encarnando a la humanidad entera y que significa una experiencia muy fuerte y valiosa, al mismo tiempo la experiencia nos hace ver que la humanidad no ha sabido qué hacer con lo que la Creación nos ha dado. Cuando Jesús habla de amor, habla de entrega, reconocimiento del valor de la otra persona, de su. La vida tiene que ir en esa dirección. El odio, la guerra, la división son los enemigos que tenemos que destruir pues de lo contrario nos destruyen.

La experiencia de la humanidad es tremenda. La historia que se cuenta es la de las batallas, de las muertes y de los despojos que hemos ido dejando . Pero también de lo que sigue viviendo hoy en día el mundo de los seres humanos.

Así, tenemos  también en la historia logros muy humanos. No sólo ha habido mentiras, también hubo verdades que se vivieron en la experiencia de dar la vida por los que se ama. Por ejemplo Damián de Molokai. Él murió por los leprosos que amó. Los Hermanitos y Hermanitas de Jesús que regalan sus vidas a los más pobres y corren la suerte de ellos. Y miles, millones. No se puede decir que lo de Jesús no sirvió para nada. Sirvió y para mucho. Nos enseñó a amar y amar de verdad.

Sucede que no les preguntamos a los que han recibido ese amor cómo les ha ido. Cuando la Madre Teresa se dedicó a los moribundos pobres para que no se fueran de este mundo sin sentir el amor de sus hermanos, no les hemos preguntado a ellos acerca la felicidad que sintieron  en los últimos momentos de su vida.

Entonces cuando hablamos de amor ya no estamos hablando de un besito, de un bolero o de sólo una preocupación. Estamos hablando de un hermano, de un semejante, de un alguien que es igual a mí.

Qué importante resulta pararnos a meditar el mensaje que se nos ha dado no sólo para ser sabido sino fundamentalmente para ser vivido en todas las esferas de la vida humana. Qué bueno es que los niños se quieran. Qué bueno que los adolescentes se junten para divertirse. Qué bueno que los novios se amen. Qué bueno que los padres quieran a sus hijos. Qué bueno que los políticos formen partidos para servir al país. Qué bueno que los países vean cómo pueden contribuir al bien común. Es decir que lo que Jesús nos enseñó con la donación de su vida lo hizo feliz a él y a nosotros que nos sentimos amados por Él.

El amor es algo real que se da entre nosotros y que tenemos que hacer cada día más fuerte. Jesús nos ha dado la posibilidad de hacer lo mismo que Él: amar. Y se ama estando con esa maravilla que tenemos dentro de nosotros y que nos ayuda a ser cada vez más nosotros mismos y seguir adelante construyendo un mundo nuevo.

Es verdad que el pecado (la no-vida) abunda entre nosotros, pero también verdad que la vida es más fuerte que el pecado. Cada día hay más gente que se quiere. Cada día nos escandaliza más el que haya unos que tienen cosas que les superabundan y otros que no tiene el mínimo vital. Es un avance pues ya no decimos que así es la vida, sino que trabajamos para que las cosas cambien.

Los creyentes y los dudosos pasamos por crisis que nos remueven, pero esas crisis nos vuelven más realistas y no permiten que seamos mediocres ya que las cosas hay que hacerlas bien para que hagan bien.

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