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Voces RSU | Del enfoque de género, el Currículo Nacional de Educación Básica y mociones de censura

Lars Stojnic Chávez
Jefe FIA-DARS y Coordinador del curso de Ciudadanía y Responsabilidad Social

En medio de toda la polémica desatada en la última semana por la inclusión del enfoque de género en el Currículo Nacional de Educación Básica (CNEB) y debido a la moción de censura contra el actual Ministro de Educación, promovida por la agrupación con mayoría en el Congreso de la República, me topé con la siguiente publicidad estatal de un gobierno regional: “La mejor arma contra la violencia es la educación”. Su lectura, repetida una y ocho veces más gracias al semáforo en rojo que me detuvo, hizo cuestionarme la ironía de ese mensaje.

En el año que acaba, entre otras muchas situaciones, pudimos conocer un número aterrador de casos violencia sexual ejercida por miembros del movimiento sodalicio a menores de edad. Asimismo, cobró fuerza y presencia pública el movimiento #NiUnaMenos, en respuesta a las innumerables evidencias cotidianas y terribles de violencia de género en nuestra sociedad. Tomando en cuenta dicho contexto, cualquier peruana o peruano despistado o alguna persona ajena a nuestra cotidianeidad social y política, podría considerar como surreal la posibilidad de que diversos grupos de poder – entre ellos la mayoría en el Legislativo – ataquen la inclusión del enfoque de género como eje transversal de nuestra educación básica. Sin embargo, como señala el dicho, a veces la realidad tiene el potencial de superar cualquier ficción.

Existe suficiente evidencia que permite, por un lado, analizar cómo las escuelas peruanas (públicas y privadas) son espacios sociales que favorecen la reproducción de relaciones de desigualdad, discriminación y violencia por razones de identidad de género y orientación sexual (destaco y recomiendo el documental  ‘La Escuela del Silencio’). Por otro lado, tenemos que en los últimos años ha habido una reducción alarmante – de 53.6% en el año 2006 a 43.8% en el 2012 – de los niveles de tolerancia política en nuestro país (Carrión, Zárate y Selligson, 2012). A diferencia de lo que sucede en otras sociedades, en nuestro país,  la evidencia muestra también que acumular años de educación formal no sería un factor con el potencial de revertir dicha situación.

Pero entonces, ¿cómo explicar la actual campaña de deslegitimación – y por qué no decirlo satanización – en contra de lo planteado en el CNEB con respecto a igualdad de género? Esta campaña incluso ha llevado a que en la muy cuestionable moción de censura en contra del actual Ministro de Educación se incluya como una de las razones (y apelando, irónica o hasta diría que sarcásticamente, a la “carencia de pluralidad”) el “uso de cuestionables conceptos que ponen en riesgo la idoneidad de la educación que deben recibir los millones de niños, niñas y adolescentes peruanos”, como “Tomar conciencia de sí mismo…de su identidad sexual y de género”.

Reiterando lo indicado anteriormente – que nuestra realidad socio-política muchas veces nos recuerda de una forma muy dura, que la realidad tiene el potencial de superar la más absurda ficción -, considero que entre muchas posibles respuestas a la pregunta anterior, el rechazo a la inclusión del enfoque de género en el CNEB mucho tiene que ver dos rasgos de nuestra cultura pública: el ordenamiento tutelar y la intolerancia política. El primero, siguiendo a Nugent (2010), da cuenta de estructuras sociales que buscan reproducir la normalización de una moral particular y su imposición social y política, apelando a su estatus natural y superior frente a otras. La segunda, da cuenta del no reconocimiento de los derechos políticos de aquellos con los que se difiere debido a sus diferencias subjetivas y que incide en la restricción de las oportunidades y capacidades para participar en la arena pública. Ambas, como diversos estudios evidencian, han tenido y siguen teniendo en el sistema educativo peruano una muy eficiente fuente de reproducción.

Así, y volviendo a la ironía que destaqué al inicio, es indispensable que dejemos de repetir muletillas vacías de sentido y nos hagamos una pregunta simple pero fundamental, ¿la educación formal que recibimos – aquella que millones de niñas, niños y adolescentes siguen recibiendo – realmente ha sido un motor para combatir la violencia, la discriminación y la exclusión en todas sus formas y manifestaciones? La experiencia y la evidencia empírica nos dice que en muchos, sino en la mayoría de casos, la respuesta es no. Esto es debido a que cualquier tipo de educación y cualquier tipo de experiencia escolar no aporta a desarrollar un mayor sentido crítico con respecto a los altos niveles de asimetría, inequidad e injusticia con los que convivimos cotidianamente, ni mucho menos con respecto a nuestra propia responsabilidad en su confrontación.

Gibson (2006) destaca que un desafío muy importante de las democracias en proceso de consolidación es confrontar sus altos niveles de intolerancia política (¿alguien dijo Perú?), en tanto dicho contexto tiene el poder de socavar dicha aspiración. Por tal razón, debemos sentar postura y disputar pública, constructiva y democráticamente en favor de que el sistema educativo formal en su conjunto – y mínimamente las herramientas oficiales que estructuran la acción educativa, como el CNEB – se apropien del enfoque de igualdad de género como uno de sus pilares institucionales. Su inclusión permitirá fomentar que, desde la etapa escolar, nos fortalezcamos como ciudadanos y ciudadanas críticos y comprometidos con confrontar situaciones de desigualdad, inequidad y discriminación que limitan cotidianamente las posibilidades de garantizar y expandir una convivencia justa, equitativa, digna y democrática para todas y todos sin distinción por su orientación sexual, identidad de género u otras identidades.

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