Voces RSU | ¿Por qué nos cuesta amar? La alteridad y la acción solidaria

Padre Juan Bytton, SJ

Capellán y director del CAPU PUCP

Basta abrir un periódico o revisar la web para constatar que la violencia ha dominado el comportamiento humano. Suena fatalista, pero es evidente que tenemos que ser conscientes de ello si queremos re-construir un país, partiendo  de la re-construcción de las relaciones interpersonales y del re-conocimiento del otro, tal y como es, en su plena dignidad, y promoviendo  su desarrollo integral.

En ese apasionante libro llamado Biblia, que recoge infinidad de relatos y es la base para el cristianismo, encontramos una de las parábolas más profundas, al punto de ser, sin temor a equivocarme, la hoja de ruta de todo cristiano(a) y, por qué no, de todo ser humano. Me refiero a la parábola del Buen Samaritano en el evangelio según San Lucas 10, 25-27. Allí, ante la pregunta: “¿quién es nuestro prójimo?”, se cuenta cómo un hombre está “medio muerto” en la mitad del camino –como medio muerto está el mundo de hoy con tanta explotación– y cómo luego de dos peregrinos que pasaron “de largo” –ambos del ámbito religioso– llega un samaritano –es decir, del pueblo enemigo– y procede a realizar las diez acciones que son en adelante los nuevos “diez mandamientos” llamados a iluminar el corazón de la humanidad. Frente al hombre herido, el samaritano lo vio, tuvo compasión, se acercó, lo vendó, limpió sus heridas, lo cargó, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó por él y prometió volver. El número diez para el mundo hebreo facilita la memoria y expresa perfección y plenitud porque es la suma de dos números sagrados: tres y siete. En este camino, se encuentran el dolor y la misericordia, el sufrimiento y el consuelo, la petición de ayuda y la respuesta desinteresada.

La libertad humana no es prescindir de la ley sino encarnarla desde el amor: propio, al prójimo, a la naturaleza. “Ojo por ojo” es la famosa ley del Talión (Levítico 24, 20) que en sí misma no es mala, pues procuraba buscar justicia en una época como la babilónica en donde se vivía según el juicio popular. Amar a quien tengo al frente, incluso al enemigo, es una búsqueda por no enfrentar al que hace el mal, sino al mal mismo. Si yo odio al que falla, es porque me quedo en el error, no en la persona. Un amor que podemos muy bien traducir en respeto, tolerancia, perdón, promoción humana, paz.

Amar al prójimo es también hacer memoria y agradecer por todos los “prójimos” de nuestra vida. Aquellos(as) que nos han cuidado, sanado y han visto por nosotros porque el amor verdadero es y será siempre gratuito. Un amor no medible que lo hace más atrevido, necesario y real. El impulso de la memoria agradecida nos lleva a ser nosotros(as) mismos(as) prójimos para los demás, y en modo especial, para quienes están al borde del camino, violentados(as), despojados(as), sufriendo a causa de la humana injusticia del mundo.

El reciente nombramiento de Mons. Pedro Barreto, S.J. como cardenal, nos ha dejado una de las reflexiones más profundas del Papa Francisco. Aquel día el Papa dijo: “Ninguno de nosotros debe sentirse ‘superior’ a nadie. Ningunos de nosotros debe mirar a los demás por sobre el hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse”. Compromiso que no es otra cosa que acción solidaria, fundamento de una sociedad que busca poner al ser humano al centro de todos sus sueños, esperanzas y retos. Una PUCP y un Perú así, sí son posibles construir.

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